Un dia Laboral

Arizoth Nashgaar, un día de trabajo:

Se encontraba caminando de noche por el muelle de Alberta, llevaba en cada mano un saco que goteaba sangre, y allí, donde estaba planeado comenzar con la expansión del muelle los tiró al mar.

“Sacaba la basura todas las noches. Sé que es lo que llevaba en los sacos pues una vez abrió uno y me arrojó un dedo mientras reía enseñando sus largos colmillos. Daba pánico verle aparecer”.

Arizoth Nashgaar era un conocidísimo mafioso que en más de una ocasión había perdido la gracia con Poringo al asesinar a lo que él llamaba “uno o dos… cientos de portadores de sabroso plasma sanguíneo”.
 Era su estricta dieta, y de no seguirla, las consecuencias podían ser fatales, “aumento de grasa corporal, pérdida de definición y de volumen muscular, anemia, etc. Además, le estoy agradecido al vampirismo, tengo casi cien años y ningún problema sexual”.

Una vez hubo arrojado los restos mortales de una jovencita de burdel, caminó hasta su trabajo, situado en un lugar privilegiado de Alberta.
Se sentó en su despacho, y comenzó con la labor diaria. “A quien tengo que matar hoy…” y dentro de un sobre encima de su mesa todos los candidatos, las cantidades a cobrar y los solicitantes “del servicio de limpieza”. En la lista, algunos jefes de estado, eclesiásticos, e incluso algo que él llamaba “pequeños hijos de…”, más conocidos como “los que irán a parar al mar con sus madres”.

En dicho despacho  también había un gran archivador, que contenía muchas carpetas, con los datos censales e información de gran importancia de todos los habitantes de Rune.  Comprobó de qué individuo se trataba, y llamando a su escriba, Paolo, le dijo que hiciese “una copia del informe, y no te olvides de que quiero un calco perfecto de la fotografía”.
Mientras Paolo trabajaba a toda velocidad, Arizoth se vestía de gala para la ocasión. Su túnica de asesino, “tan liviana que hasta parece insultante compararla con alguna armadura”,  sus botas, “sólo caminan por la oscuridad”, y sus dagas, “mi herramienta de trabajo, la completitud de mi brazo”.

-Ya está Signore –dijo Paolo, un hombre al servicio de La Famiglia que Arizoth conocía desde hacía bastantes años- aquí está la copia.
-Grazie Paolo –respondió Arizoth en Albertano.

Acto seguido marchó rumbo a un bar muy concurrido en la ciudad de Lighthalzen, donde solía pasar el rato charlando con ilustres personajes, y otros no tan ilustres. En ocasiones pensaba “cuanta inmundicia, reyes y plebeyos, todos bebiendo y hablando en un mismo lugar”.
Arizoth siempre procuraba evitar las conversaciones largas porque siempre acababan en negocios, le ponía nervioso hablar acerca de ese tema con gente a la que no tenía ningún aprecio, incluso aunque los considerase “amigos”.

 A menudo se decía a sí mismo… “conoce demasiado, cuando vaya al baño no volverá a salir de él sin pasar por la alcantarilla”.
Cuando Arizoth aparecía por aquel lugar tan frecuentado,  era porque tenía un trabajo que hacer, un rey al que matar, un artista al que el trampolín de la fama le jugó una mala pasada y partió su cuello y todo cuanto pueda ocurrir será explicado con una simple frase, “fue un accidente”.
Así que ahí estaba él sentado en un cómodo sillón de té, esperando tranquilamente a que todo cuanto pudiese ocurrir en aquel lugar “fuese una simple casualidad”, “una conjunción de los astros” o “un fatídico boleto de lotería”.

Y apareció ese al que debía matar. Alguien que se decía que era más poderoso incluso que el mismísimo Arizoth Nashgaar. Emperador de Rune, dominaba el mundo conocido en su totalidad y habían caído muchos bajo su yugo imperialista.
Y es que sus artes para aglutinar a personas que se odiaban entre sí enfermaba a Arizoth, que sentía nauseas al verlos a todos en el bar. Y ante él la oportunidad, el Emperador sentado en un cómodo sillón, recibiendo los halagos de sus estúpidos súbditos.

El tiempo pareció detenerse para Arizoth quien se levantó de su sillón y caminando con paso firme, desapareció entre las sombras para reaparecer con una fuerza sobrehumana, con su máscara, símbolo de su pertenencia a la Famiglia, puesta y con sus dagas apuntando al corazón del Emperador, quien cayó fulminado desde la primera cuchillada.

Arizoth no podía dejar que nadie pudiese salvarle, así que asestó puñaladas no mortales a todo aquel que pudiera presenciar la escena. Los alejó a todos y su victoria parecía haberse consumado. Miró a los ojos al Emperador, y llenó un frasquito con la sangre del moribundo ser. No encontró miedo en sus ojos y Arizoth mostró su satisfacción al haber cometido el acto.

Entonces apareció un mercader desafiando a Arizoth quien le atacó para dejarle inconsciente como a los demás. Pero este mercader comenzó a utilizar un objeto mágico para resucitar al Emperador y Arizoth fue incapaz de impedirlo pero en su último intento se cobró dos dedos del mercader.

“Traté de arrancarle la mano, pero estaba demasiado lejos para cuando llegué”

Al revivir el Emperador, lo más probable era que invocase su guardia personal y que el ejército se personase en la escena del crimen, así que Arizoth escapó enfundado en su capa de sombras, no sin antes sonreír malévolamente al mercader que se arrastraba de dolor.
Una vez en su casa, envió mensajes a las gentes para que luchasen contra el Emperador, el orgullo del monarca estaba herido y aunque Arizoth no estaba conforme pues deseaba haberle matado él mismo, en ese momento descubrió que algo mucho más peligroso se acercaba.
Así que descorrió las cortinas para ser incendiado al sol, ahora sólo deseaba ser olvidado, pues otro gran monstruo estaba a punto de aparecer, para buscarle a él, al Emperador, y a todo aquel que se cruzase en su camino, con fe inquebrantable.


Seguidores